Un arte comprometedor. Rendición extraordinaria

Rendición extraordinaria, Galería Helga de Alvear, Madrid
Publicado en El Cultural, 17 de julio de 2008
Cada día se estrecha el cerco. Esta mañana nos desayunamos con la apertura del “censo Moroni” en Italia, por el que allí se va a registrar a cada gitano por su raza y religión, sin tener en cuenta su nacionalidad, incluso si es ciudadano italiano, pero a partir de hoy ya no de “pleno derecho”. El aldabonazo apunta al corazón de la Comunidad Europea, y hoy es todo menos retórico recordar la célebre advertencia de Bertold Brecht: el siguiente serás tú. En el mundo occidental, la pérdida de los derechos civiles (jurídicos, laborales...) se constata cada día. Las justificaciones son muy variadas: el terrorismo, la inmigración inabsorbible, la crisis económica ... Y ya no se trata sólo del neoliberalismo de los halcones del Imperio.¿Qué tiene esto que ver con el Arte? Durante la modernidad, los artistas emancipados de su servicio al poder encontraron su legitimidad en el compromiso: el arte comprometido consigo mismo, tautológicamente heroico, en su versión formal o en su modalidad experiencial, pero siempre contra la industria cultural. O bien, el arte comprometido con la realidad: explícitamente político. En las últimas décadas, el arte sigue sobreviviendo a su muerte anunciada por Hegel, en el sentido de ya no ser algo importante de lo que cuenta en la vida, gracias a la coartada de su resistencia pura frente a la barbarie. El arte político ha corrido peor suerte. El escollo fundamental no proviene de las presiones del mercado -que, sorprendentemente, todavía las hay-, puesto que en los espacios del arte todos nos sentimos bienpensantes. Ni siquiera del “después de Auschwitz”, que confirmó su inutilidad. Artistas y teóricos urgidos por el sufrimiento y la injusticia, que crece y se desborda, son los primeros en descalificar formas de representación propagandistas dirigidas a los conversos. Tampoco se trata de conmover ante la anestesia del bombardeo de imágenes en los media, que todo lo fragmenta, lo homologa, lo deshistoriza, lo olvida; pues, como ya señalara Susan Sontag, el humanitarismo y el sentimentalismo hacen que “siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento”. Incluso, puede considerarse, como afirmaba Alicia Framis en una reciente entrevista (El Cultural, 3-7-2008), que “ir en contra de algo es impedir que desaparezca”. De aquí que al arte comprometido, para que el espectador se pregunte cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa (y vinculados) al sufrimiento y sea inducido a un cambio práctico, no le queden sino vías distanciadas, irónicas, transversales.Extraordinary Rendition, que es el eufemismo de la administración Bush para referirse a la normalización de la excepcionalidad en la quiebra de derechos (civiles y humanos), quizá parte de un malentendido, puesto que parecería indicar que sólo ocurre por obra de un gobierno suficientemente satanizado y casi relevado. Sin embargo, las obras sí contienen un poder de referencia más concreta y generalizable, a la vez. Pues si bien el “tema”sería la tortura ejercida en Guantánamo, las imágenes de celdas inundadas de James Casebere para aludir al ahogamiento simulado, y la instalación de Elmgreen & Dragset, con cabinas telefónicas que cualquiera puede usar si está dispuesto a aceptar la pérdida de privacidad, son extrapolables a otros ahogamientos y humillaciones. De alguna manera, todavía más incisivos -al incluir el white cube- pudieran ser los deslumbrantes focos alimentados por un estruendoso generador -tortura por privación del sueño- que Santiago Sierra titula Público iluminado con generador de gasolina, aunque sea versión resumida de anteriores propuestas; y el anticipo en Madrid del impecable proyecto recién presentado en el CASM barcelonés de Alicia Framis: Welcome to Guantánamo Museum, un centro en respuesta a otras cárceles ya blanqueadas por el Arte.