Santiago Mayo, la tiranía del formato

Santiago Mayo, sin título, Galería Magda Bellotti, Madrid
Publicado en El Cultural, 25 de mayo de 2006

Pequeños lienzos. Pequeños objetos. Porque el tamaño, por supuesto, importa. El mercado artístico, enfocado hace ya décadas al coleccionismo institucional y corporativo, exige productos con ciertas dimensiones (como se ha comprobado con la conversión artística de las fotografías, ahora sistemáticamente agigantadas). Y generalmente los artistas aceptan esta convención de época, que pasa por adecuar el rigor creativo a las necesidades de espectacularización bienal. Conozco a muchos agentes del mundo del arte, comisarios, montadores y críticos que se quejan de esta imposición: ¿Qué fue de lo espiritual en el arte? ¿Qué, de su dimensión antropológica y lúdica? Pero muy pocos artistas se arriesgan a exponer esas obritas que aquí y allá, perdidas en la invitación polifónica de sus estudios, se dirigen como chinas certeras al visitante, ahondando la certeza y gratitud ante el potencial creativo de su autor/a. Excepcionalmente, desde hace ya más de una década, sólo Mayo ha hecho de este dudoso género menor su firma y sello.
Santiago Mayo (Tal, La Coruña, 1965), como tantos artistas de su generación, se formó en la herencia postrera del romanticismo, modernizada por la pintura del expresionismo abstracto y su posterior revisión conceptual, sobre todo a partir de la tendencia "antiforma": donde tan importante era el latido del misterio de la naturaleza como la naturalización del comportamiento de los materiales y la doblegación de las técnicas a sus cualidades, con una actitud de humildad austera, compartida en sus inicios por artífices tan diversos como Eva Hesse o Cy Twombly, por poner ejemplos, y con quienes Mayo compartiría, respectivamente, la prolongación tridimensional del cuadro y la densidad de la pintura, donde cada trazo y arañazo es decisivo.
En cuanto a lo pequeño, el denostado pensamiento estético tradicional lo definía como "bonito": cuando el objeto, por su tamaño, no llegaba a "bello". Desde nuestra sensibilidad contemporánea, que ha hecho trizas el binomio materia/forma, la intencionalidad conceptual se impone sobre técnicas y formatos y estas pequeñas obras se afirman como susurro, pausa y elocuente economía de la pobreza. Pero en esta exposición para la que el pintor ni siquiera ha encontrado título, aprecio cierto agotamiento y repetición: limitación y sumisión férrea al formato, que en absoluto se corresponde con la penetrante virtud poética de su autor.