Santiago Sierra. Sexo y poder

Santiago Sierra, Los penetrados, Galería Helga de Alvear, Madrid

Publicado en El Cultural, 16 de enero de 2009

Es, entre los de la generación de los sesenta, el artista español más conocido internacionalmente. Su obra, siempre polémica, se difunde desde los rotativos al papel couché y la televisión, para la que recientemente ha protagonizado un capítulo de “Art Safari”, la última serie sobre arte contemporáneo de la BBC. Ahora la novedad está en Madrid. La obra promete levantar escándalo y, aunque escabrosa, quizá volver a dar la vuelta al mundo, inundando los media. Como los prismas de defecaciones humanas exhibidos hace poco en Londres, a partir de la recolecta de unas mujeres de Nueva Delhi y Jaipur, cuya casta sólo les permite trabajar en la limpieza de baños públicos; o también como “Los castigados”: voluntariosos espectadores cara a la pared en la feria de Frankfurt, que necesitaban exorcizar la culpa del genocidio nazi. Otras veces son hombres cubanos pagados para masturbarse o españoles a los que se les impide la entrada al Pabellón español en la Bienal de Venecia tras mostrar su documento de identidad. En el fondo, toda la basura y el bochorno son intercambiables. Sierra consigue esta notoriedad, la máxima rentabilidad global a partir de planteamientos ajustados a situaciones locales, gracias a su contundencia. Como un geómetra, trabaja aplicando estructuras modulares, sin embargo, sobre cuerpos y traumas históricos. El resultado suele ser brutal.
Efectista y a conciencia. En tiempos de economía y estadísticas sociológicas, todo en su obra va medido en metros, en volúmenes, en números. Esta vez ha partido del 10: diez hombres blancos, diez hombres negros y otras tantas mujeres blancas y negras para celebrar el Día de la Hispanidad dejándose penetrar analmente en las ocho permutaciones posibles, que componen los capítulos de una película de 45 minutos, con plano fijo y en blanco y negro. El atrezzo es muy escueto: unas mantas “de rescatados” (a lo beuys) y un espejo en vértice que multiplica a los participantes (¿nuevas versiones de célibataires duchampianos?) y amplía los puntos de vista sobre las parejas. El casting impecable: se excluyó a los profesionales porno. Nadie es reconocible, sus rostros han sido pixelados. Por lo demás, la acción se repite bajo una estructura mecánica, desde el comienzo colectivo hasta el término de la penetración de la última pareja. Sin embargo, por diferentes causas durante el rodaje, los ocho episodios cuentan distinto número de acoplamientos. Las mantas vacías aluden a tabúes, convicciones ideológicas, culturales o religiosas.
Como un hachazo. La película tiene algo de mantra. Pero el recorrido visual por cada gesto corporal corta la mecánica colectiva y repetitiva. Y en las fotos cenitales hay otros detalles. Esto tiene poco que ver con el Ars erotica Universalis catalogado por Gilles Néret. Y aunque la postura de exabrupto radical del artista pueda llevar a simplificar su sentido al conocido insulto en muchas lenguas, también la nuestra, el hecho es que juega con símbolos ancestrales: el 1 (varón) y el 0 (hembra); y el 10 y el 8 (perfección, ley natural e igualdad, según los pitagóricos), para entrar en otro juego de fuerte impronta moderna. Desde las enseñanzas libertinas del Marqués de Sade hemos aprendido mucho de S/M. Por ejemplo, que no es una práctica sexual más, por animal o pervertida que parezca. Sino el índice –como diría Barthes- del gran juego del poder. De ahí las proclamas sexuales, desde el surrealismo de Artaud y Bataille a los jóvenes de los sesenta, como emblemas de revolución. Pero también las máquinas deseantes de Deleuze y Guattari, sometidas al deseo incesante del capital (y del fascismo), pero también promesas del sujeto sin identidad, abierto por el otro.