Sergio Prego. Parábola del cambio

Sergio Prego, Galería Soledad Lorenzo, Madrid
Publicado en El Cultural, 23 de enero de 2009

Tras una década de exposiciones, el trabajo de Sergio Prego (Fuenterrabía, 1969) quizás ha perdido en explosividad, pero ha ganado en madurez; es decir, en simplificación de medios para plasmar sus planteamientos y también en claridad a la hora de comunicar cuáles son sus preocupaciones y su posicionamiento respecto a la inestable situación de la escultura en el arte contemporáneo.
Aunque residente desde hace años en Nueva York, encuadrado en el grupo que solemos denominar “nueva escultura vasca” formado entre otros por Txomin Badiola, Pello Irazu, Jon Mikel Euba (éstos también compañeros en la galería Soledad Lorenzo) e Itziar Okariz -cuya referencia primera es la enseñanza de la ampliación del espacio escultórico de Oteiza y después, el abanico que va desde la escultura social de Beuys a las experiencias minimal, instalativas y performativas de Richard Serra, Trisha Brown o Bruce Nauman-, Sergio Prego ha formalizado desde la dimensión figurativa de la música a la estructura de inclusión/exclusión en acontecimientos sociales. Sin embargo, un par de fijaciones sustentan su trabajo: la desestabilización de nuestra noción habitual del espacio y la importancia de la experiencia del tránsito para efectivamente derribarla. Y una vía ensayada una y otra vez: a través del combate contra la gravedad y el eje vertical que determina nuestra percepción y nuestras acciones.
En estas incursiones, es muy llamativo que Prego esté recorriendo el camino inverso al más común, que normalmente va desde planteamientos sencillos a su sofisticación o, como se decía antes, manierismo. Desde trabajos como Tetsuo (bound to fail) (1998) y Yesland, I’m here to stay (2001), que asombraban por su engaño de una espacialidad indiscernible, a ANTI-After TB (2004), en donde mostraba el utillaje completo de la aparente desorientación espacial, el interés de Prego parece haberse ido desplazando desde la crítica a la ansiedad emocional que produce el sistema espectacular, reforzado en nuestra época por su impositiva epidermis visual: digital y virtual –que, por otra parte, el artista llevaba a cabo con medios sólo simuladamente high tech-, a un tratamiento más directo, casi un llamamiento a la experimentación real. Y por tanto, deslindada por completo del atractivo tecnológico.
Desde este punto de vista, la exposición actual es quizá la más cuajada de las llevadas a cabo en esta galería. Por su austeridad y, al tiempo, la elocuencia que se desprende de la composición en sus distintos elementos: la elegante estructura modular de acero y aluminio (mostrada en la exposición “El medio es el museo”, en MARCO y Koldo Mitxelena hace unos meses) y sobre la que se lleva la acción registrada en el vídeo Ciclo (de 52 minutos), acompañadas de las ya habituales fotografías; más dos piezas muy especiales en su materialidad: la intervención y deformación espacial de la sala pequeña de la galería a base de escayola – con la sección de un tubo convexo, a modo de pequeña maqueta de los toboganes de los squatters, y en clara referencia al plomo derramado de la conocida Splashing (1968) de Richard Serra- y unos muy recientes bajorrelieves (Generación) que figuran vísceras digestivas en movimiento.
Prego apela a la experiencia corporal. La modificación de la intersección entre suelo y pared –que no sólo vemos, sino percibimos- ayuda a interiorizar la experiencia de vértigo y abismo (eso que acusamos también en las tripas) de los funambulistas que recorren durante casi una hora, arriba y abajo, y por encima y por debajo, la resistente pero frágil estructura tubular a algunos metros de altura del suelo. Sin trampa ni cartón. El mérito no está en el virtuosismo de esta habilidad de circenses y ladrones, pues razonablemente los sujetos (uno de ellos, el propio Sergio) van atados con arneses y disponen de cables auxiliares. Se trata más bien de la épica de la torpeza (del esfuerzo y de la paciencia). Y más aún, de la vuelta a la idea del éxito en la experimentación. Pues, apenas un rato después, descubrimos que la dificultad de los equilibristas simétricos se asemeja y va cediendo: comprobación que Prego consigue sólo invirtiendo la proyección. Desde la escultura, es una parábola del cambio (en la actual crisis).