Sensibilidad extrema. Mundos interiores al descubierto

Mundos interiores al descubierto, Fundación “La Caixa”, Madrid
Publicado en Cultura/s, 18 de marzo de 2006
La intensa revisión de la genealogía del arte actual, junto a cierta moda social sesentera, más un ligero toque de vuelta a la interioridad forzado por el abrupto comienzo del siglo XXI post-11-S, son ingredientes que vienen propiciando un interés renovado por el outsider art, categoría que además de referirse a médiums y autodidactas tiene su núcleo en las obras producidas por enfermos mentales. Tras la exposición de La Colección Prinzhorn, celebrada en el MACBA en 2001, llega ahora estos Mundos interiores al descubierto que recala en Madrid gracias a Enrique Juncosa, actual director del Irish Museum of Modern Art de Dublín, del que procede el grueso de las piezas expuestas, ya que se precia de ser el depositario permanente de la Musgrave Kinley Outsider Art Collection, junto a la del Museo de Art Brut de Lausana fundado por Dubuffet, una de las más importantes del mundo.
La exposición pretende “desmontar muchos de los mitos que rodean a los marginales”, centrándose en “las cualidades singulares de las propias obras” y sometiendo a una revisión la relación de insiders y outsiders como partícipes ambos de “un discurso común que enlaza las artes visuales con las ciencias sociales, incluidas la antropología, la sociología, la psicología y el psicoanálisis”. Es decir, una exposición de tesis fuerte. Entre las conclusiones que se extraen de los estudios eruditos de Roger Cardinal, Ángel González García, Jon Thompson y James Elkin destaca, para empezar, la resituación del historiador del arte austriaco y psiquiatra Hans Prinzhorn y sobre todo del artista francés Jean Dubuffet, considerados antes héroes y pioneros, pero contemplados ahora como agentes restrictivos y reguladores de una ortodoxia “alternativa” que a la postre habría contribuido a segregar más que a integrar estas obras en la historia del arte moderno. Otra cuestión que merece la pena retener es la inexistencia de un arte patológico “puro”: incluso en el caso de los artistas (in & out) afectados por las más implacables enfermedades mentales que les distancian de la realidad y de la cultura dominante “su obra siempre concederá algo a lo que no lo está”: los marginales no inventan nada ex nihilo, como demuestran tantos estudios monográficos y la frecuencia de las interpolaciones de imágenes de la cultura visual en sus creaciones. Ni es aceptable la categoría esencialista de “loco”, ni es posible establecer una tipología para la variedad de expresiones, estilos y construcciones de mundos propios bajo un movimiento o etiqueta de “arte marginal”.
Seguramente la discusión abierta más apasionante para la reflexión estética sea el desafío que tales obras llevan arrojando a la Modernidad desde que ésta instaura el mito de la Razón, pero también de lo que escapa a ella. Es decir, la incógnita acerca de la (hipotética) raíz de esa pulsión irrefrenable a expresarse con imágenes común a primitivos, niños, enfermos mentales y artistas cuyo alcance antropológico pone en jaque la concepción del arte en Occidente desde la modernidad (y que todavía no ha sido resuelta por los estudios en genética). Esta institucionalización y mercantilización del arte impiden de hecho la integración en paridad de obras, invenciones y autores, pero es interesante subrayar, como lo hace James Elkin -en alusión directa al reciente Art since 1900 de Foster, Krauss, Buchloh y cía.-, que tampoco teóricos e historiadores parecen capaces de sobrepasar su supeditación en la lectura de lo que entendemos como vanguardias, por más que éstas se hayan nutrido de aquellas obras, como demostraba ya la exposición de 1991, Visiones paralelas presentada en el MNCARS madrileño.
Cuestiones de fondo que forman parte del morbo que este tipo de exposiciones despierta en la expectación del público seguida, en el caso de la presente exposición, por una grata acogida, dada la calidad en la selección de las 145 obras que la componen, recorriendo algo más de un siglo. Tras la acertada bienvenida con una gran tela de la última época de Phillip Guston, de esa torpeza sangrienta y nocturna fruto del spleen de un sabio y anciano pintor viudo y alcoholizado, la alternancia de obras de los casi cien más o menos artistas y más o menos marginales, con ventaja de éstos y sus humildes obras en soportes y medios pero no en elocuencia y brillantez, no busca comparar ni mucho menos confundir. La presencia de obras de Picabia, Masson, Klee, Dubuffet, Tàpies, Bourgeois, etc. más bien contextualizan históricamente al tiempo que ofrecen las coordenadas estilísticas y, lo más importante, crean el contrapunto adecuado para valorar la excelencia de las piezas de cuyos autores, en algunos casos, carecemos casi totalmente de indicios biográficos. Entre los “marginales” no podían faltar los ya conocidos Adof Wölffli y Henry Darger. Entre las ausencias más sonoras, algo de Antonin Artaud. Pero es, sin duda, un acierto la articulación de todos estos mundos interiores en lo que podrían ser sus facetas principales: en “Paisajes imaginarios y ciudades fantásticas” y “Sueños y cuentos de miedo”, que aísla la obsesión topográfica de aquellos en quienes habita el olvido, y donde destacaría Arthur Bispo do Rosario y Michael El Cartógrafo; “Rostros y máscaras”, con Paul Duhem, Donald Kusmic y el cartón de Miró; y “El cuerpo erótico”, capítulo cuyo desasosiego nos lleva a las máquinas deseantes y el análisis esquizoide de Deleuze y Guattari con las propuestas dispares de F. Schröder-Sonnenstern y Willem Van Genk. Principio y fin contenido en “La seducción del lenguaje”, pues el insaciable hambre de inscripción, filigrana y elegancia alumbra lo mejor de una exposición de la que el espectador sale con la sensibilidad a flor de piel.