Simbolismo francés: Los pintores del alma

Los pintores del alma. El simbolismo idealista en Francia, Fundación Mapfre, Madrid
Publicado en “Libros”, suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 17/3/2000

El gancho del arte fin-de-siècle como espejo lejano de nuestra propia época ha funcionado como pretexto en los últimos años para revisar el movimiento más denostado por la lectura vanguardista del siglo XX en varias exposiciones, la más célebre “Paradis Perdus. L’Europe symboliste”, organizada por Jean Clair en 1995. Pero no se puede atribuir oportunismo a la Fundación Mapfre que, desde su inicio, ha tenido como uno de sus objetivos principales ampliar el conocimiento de las tendencias idealistas del modernismo español de finales del siglo XIX y principios del XX (en donde tuvo un lugar protagonista el pintor Santiago Rusiñol, quien ya en 1892 informaba desde París del surgimiento del movimiento en su crónica para “La Vanguardia”) y para la que destacar su origen francés era consecuentemente un proyecto largamente acariciado y ahora llevado a cabo por Guillermo Solana y Jean David Juneau-Lafond.
Presentada previamente en 1999 en el Musée d’Ixelles de Bruselas, por primera vez se exhibe en nuestro país una amplia muestra de la primera generación de pintores simbolistas en Francia. La exposición retoma el título utilizado por el salón de los idealistas en 1896, aunque es mucho más numerosa que aquélla, puesto que recoge noventa y siete obras de cuarenta artistas, algunos tan célebres como Gustave Moreau, Odilon Redon, Puvis de Chavanne, Maurice Denis, Carlos Schwabe, Ferdinand Khnopff o el primer Kupka y otros muchos hoy desconocidos para el público español, pero muy aplaudidos en la época. Otro punto de interés es que se ha compilado un conjunto de imágenes difíciles de ver, dado que la mayoría de las obras proceden de colecciones particulares. Además, la confección de la muestra ha dado como resultado hallazgos importantes, como el redescubrimiento de la pintora Jeanne Jacquemin, entonces apoyada por el “bebedor de éter” Jean Lorrain, pero de la que se desconocía incluso las fechas de nacimiento y muerte.
Es obvio que la sensibilidad actual dista mucho de reconocerse en aquel movimiento de revuelta contra la visión prágmatica y cientifista típica, a// su entender, del impresionismo. Tampoco, por fortuna, acaban de calar los esoterismos “new age” que podrían ligarnos a la sofocante atmósfera mística de renacimiento espiritual propiciada por Peladan en su Salón Rose+Croix y que llegó hasta a coquetear con utopías sociales. Sin embargo, siguen siendo contemporáneos sus malévolos andróginos, el sentido de teatralidad en la representación, en concreto de los retratos, y la exasperada ironía que destilan algunas obras. La virulencia del movimiento fue anticipo del rostro radical de las vanguardias. Y finalmente, hemos de reconocer que su variedad estilística, con brillantes ejemplos aquí sobre todo en los paisajes, fue crisol de variadas tendencias, del expresionismo al surrealismo y sus herencias.