Susan Sontag

Publicado en ExitExpress


Azote del neoliberalismo, feminista y bisexual, diletante impenitente de géneros y escrituras, su glamour de icono de la cultura popular no ha llegado a diluirse a pesar de morir a los setenta y un años, tras treinta luchando con el cáncer. Por una vez lo teníamos todo. No pudieron con ella. Puso la “mejor formación del mundo” (Berkeley, Chicago, Harvard, Oxford, París) y la mejor pluma entre los ensayistas estadounidenses, a tenor de sus numerosos premios y galardones, a disposición de periódicos y revistas, lo que le acarrearía por parte de sus detractores la condena reiterada para sus escritos de “superficiales y banales”. Ambivalente, intentó hacer transitable el puente entre alta y baja cultura, Europa y Estados Unidos, ficción y compromiso, sin traicionar sus orillas.
Sontag tenía una extraordinaria capacidad para detectar los cambios. Era un auténtico cronómetro en el análisis cultural. Siempre convencía cuando afirmaba que sensibilidades de décadas pasadas eran ya incomprensibles, de la misma manera que normalizaba lo que estaba a la última en los círculos de elite, universitarios y artísticos. Perspectivas implícitas en sus textos de los sesenta, como la crítica ecologista y el análisis desde la marca de género, quedaban digeridos y digeribles para las mayorías. En sus célebres “Notas sobre lo camp”, señaló el gusto de la comunidad gay, con la que empezaba a identificarse, como la avanzada de la sensibilidad de nuestro tiempo. A partir de Contra la interpretación, además, importa al contexto estadounidense no sólo el estilo aforístico, deudor de Benjamin, Barthes y Baudrillard, sino una pléyade: Artaud, Bataille, Godard, ... sin la que sería incomprensible la posterior difusión del posestructuralismo francés.
El “Viaje a Hanoi”, recogido en Estilos radicales, en donde se confronta por vez primera ante el dolor de los demás, marca una inflexión grave y seria acerca de la imposibilidad de empatía y narración de realidad desde una mirada de espectador. Fijación obsesiva desde entonces, este dilema se convierte en la herramienta con la que esclarece, de manera decisiva y hasta el final, el estatus de la fotografía y el reportaje de guerra. Con una infancia desgraciada, y media vida de salud castigada, Sontag poseía un registro afiladísimo de la gama del dolor, físico y psicológico, apuntado ya en su semblanza de Diane Arbus, y supo imprimir dignidad trágica a su combate a las dos plagas, cáncer y sida, “marginalizadoras culturales”, del siglo XX. Puesto que el materialismo histórico era vertebrador en su reflexión, se nos va una revisionista de la memoria. Estábamos acostumbrados a recortar y comentar sus controvertidos artículos de opinión, desde donde pretendía, con honestidad implacable y nada optimista, contribuir a que Estados Unidos no terminara siendo “la tumba de Occidente”. Ética cabal, fue la conciencia de una época y la voz de unas cuantas generaciones para quienes “toda posibilidad de comprensión arraiga en la capacidad de decir no”.