Manu Muniategiandikoetxea, Extxe Gorrian (Casa Roja), galería Espacio
Mínimo, Doctor Fourquet 17,
Madrid. Hasta el 13 de junio.
Publicado en
El Cultural,
sup. Cultural de EL MUNDO, 15 de mayo de 2009, p. 32.
El
arte es un juego. ¿Qué otra cosa podría ser? Manu Muniategiandikoetxea
(Bergara, 1966) juega a descomponer y recomponer los modelos que admira,
especialmente de la tradición constructivista, surgida en Rusia en el fértil
crisol de las vanguardias históricas. Pero que después tuvo una de sus
derivaciones en nuestro país con la aportación sustantiva de Jorge Oteiza: en cuyo
legado se sitúa Muniategiandikoetxea. El artista construye a escala reducida maquetas
de madera, las secciona, las gira, las pinta y, a veces, las hace trasladar a
otro material industrial, como las llantas de acero de diferentes calibres. Son
pequeños prototipos, interesantes; pero que quedan lejos de la brillantez con
que resuelve la instalación de estos volúmenes adecuados a escala real en el
espacio expositivo.
Se trata de una relectura de la teoría del Constructivismo, que se
desarrolló en el INKhUK moscovita entre 1920-1922 y que se autodefinió como la
combinación de faktura (las
propiedades particulares del material) y tektonika,
su presencia espacial. Aunque la obra considerada canónica del Constructivismo sea
el Monumento a la Tercera Internacional
(1919) de Vladimir Tatlin; sin embargo, el primer grupo de trabajo
constructivista estuvo formado por los teóricos Osip Brik, Alexei Gan y Boris
Arvatov y los artistas Popova, Vesnin, Stepanova y Rodchenko. Y precisamente es
un ejercicio de Rodchenko lo que MM ha tomado como punto de partida para esta
exposición. En concreto, la “Construcción espacial n.29”. Entre 1918 y 1921,
antes de abandonar la escultura, Rodchenko hizo tres series -con seis piezas
cada una- de construcciones espaciales, que conocemos a través de fotografías,
pues de éstas únicamente ha sobrevivido la no.12. Y que, al igual que las
pequeñas maquetas de MM, estuvo construida con ligeras planchas de madera
recortada. El vanguardista ruso ensayaba posibilidades sobre formas básicas:
círculo, triángulo, cuadrado …, recortándolas en bandas concéntricas uniformes y
algunas fueron recubiertas con pintura plateada para reflejar la luz. Un efecto
que se multiplicaba con las sombras en su giro, ya que se montaron suspendidas
en el espacio, sujetas por varillas, evitando la peana de la escultura
tradicional, en paralelo al rechazo de la pintura de caballete, como géneros
burgueses y obsoletos en una comprensión de la investigación artística al
servicio de la revolución social.
Queda muy lejos aquel ímpetu, pero la trayectoria de MM viene
marcada desde hace tiempo por la indistinción entre pintura y escultura. Con
completa unidad, este homenaje a Rodchenko se despliega en grandes superficies
de madera semipintada y dos voluminosas variaciones: estructuras que dan una
vuelta de tuerca más al modelo de Rodchenko casi incrustándose en las paredes
de esta pequeña galería. Exagerando sus dimensiones a fuerza de aprovechar los
marcos en el espacio de tránsito y ocupar por completo la reducida sala de la
planta inferior.